1.1. El origen de la Biblia.
Antiguo testamento.
El Antiguo Testamento fue recopilado por primera vez en la historia en el siglo III antes de Cristo, cuando setenta sabios judíos fueron invitados por el rey Ptolomeo II a acudir a Alejandría para aportar a la famosa biblioteca la historia del pueblo de Israel (lo que hoy llamamos el Antiguo Testamento). Durante meses, pusieron por escrito la memoria de miles de años del pueblo de Israel, desde Adán, hasta Moisés, incluyendo los libros históricos, sapienciales y proféticos.
Nuevo testamento.
Ellos fueron testigos de los acontecimientos o entrevistaron a personas que lo fueron, y trataron de preservar la vida auténtica de Jesucristo y sus muchas enseñanzas.
A medida que avanzaba el tiempo se difundieron copias de estas obras y varias comunidades cristianas las reunieron para ser leídas durante la celebración dominical de la Misa. Copias de las cartas de san Pablo también fueron difundidas y consideradas por las comunidades como inspiradas por el Espíritu Santo.
Ya en el tiempo de san Ireneo (año 130 a 202) se menciona el Evangelio «cuadriforme», que se refiere a los cuatro Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
Durante el siglo IV surgió la necesidad de codificar oficialmente la Biblia, que ya estaba empezando a unirse. Algunos historiadores creen que parte de la motivación para producir un canon oficial vino del emperador Constantino que comisionó 50 copias de las Sagradas Escrituras para el obispo de Constantinopla.
La aprobación de los libros a incluir comenzó con el Concilio de Laodicea en 363, se continuó cuando el papa Dámaso I encargó a san Jerónimo que tradujera las Escrituras al latín en 382, y se estableció definitivamente durante los sínodos de Hipona (393) y Cartago (397).
El objetivo era desechar todas las obras erróneas que circulaban en ese momento e instruir a las Iglesias locales sobre qué libros se podían leer en la misa.